Cada Año
Nuevo que transcurría y una nueva expedición al Pico Duarte tenía lugar, una
nueva y mayor obsesión se apoderaba de mí. El año pasado, esta obsesión quedó
reforzada por la presión de mi hijo Javier. El es celista a marchamartillo y
yo, que he sido su incondicionado propulsor, no podía fallarle.
Había que
inscribirse. Y no caí en subterfugios. Me anticiparon infartos, porque mi
cuerpo no estaba en forma física ideal. Pero el que no arriesga lo que tiene,
jamás conocerá lo que puede.
Asistimos el
jueves, 26 de diciembre, a las 8:00 p.m. a la reunión informativa del CEL, en
el Colegio Loyola. Se pasó revista a diversos tópicos. Dentro del paquete no
podía faltar un abrigo fuerte, un sudador, guantes, tenis y capote. El papel
sanitario es indispensable, salvo que encontremos sucedáneos en la pródiga
naturaleza.
No puede
olvidarse la crema de cacao, para proteger los labios del constante frío, así
como un pequeño botiquín, para eventualidades durante la subida (curitas/banditas, calmantes,
etc.)
No menos importante es una cantimplora, un foco con pilas de repuesto, vasos plásticos, con cubiertos y platos, un sleeping bag y una tienda de campaña. Finalmente una mochila pequeña con algunos dulces, para recuperar fuerzas durante el camino, hasta el arribo al campamento.
No menos importante es una cantimplora, un foco con pilas de repuesto, vasos plásticos, con cubiertos y platos, un sleeping bag y una tienda de campaña. Finalmente una mochila pequeña con algunos dulces, para recuperar fuerzas durante el camino, hasta el arribo al campamento.
Está
terminantemente prohibido llevar o ingerir bebidas alcohólicas. Las razones son
diferentes: unas de carácter social y otras, que el alcohol quema las calorías
que el organismo necesita en su esfuerzo hacia la cima.
A la hora
estipulada para dormir, debe respetarse, con el silencio, el descanso de los
demás. Al levantarse, se recoge el equipaje y se desayuna. Cada cual debe
mantenerse dentro del grupo asignado, manteniéndose obedientes a las
instrucciones impartidas. Hay que comer para mantener las energías necesarias.
El parque
forestal, por el que transitaremos, es patrimonio nacional y debemos cuidarlo,
sin abandonar desperdicios o dañar la flora o fauna. Todos somos un gran grupo
y debemos ayudarnos para llegar seguros a feliz término.
A todo esto,
Beatriz, que asistió a la reunión como oyente, cuando vio a tantas de sus
amiguitas (y amiguitos) enfrascados en tal evento, solicitó una inscripción
tardía.
¿Quién me
aseguraría su éxito, si es tan reacia a caminar?
La puse a
prueba: caminar con nosotros, por la mañana, 10 km. diarios. Y los caminó.
Desconocemos la potencialidad del ser humano, mientras no la ponemos a prueba.
Cuando hay voluntad, se desvanece el fracaso. Desde este mismo momento, Beatriz
forma parte de nuestra Aventura 92.
El día 30 de
Diciembre, entregamos a los organizadores nuestros equipajes. El 31, despedimos
el año sosegadamente, y el día 1 de enero de 1992 comenzamos nuestra
odisea Pico Duarte 92.
Enero 1992:
Día 1.- Nos
levantamos, hicimos los últimos preparativos y, con una mezcla de entusiasmo y
nerviosismo, partimos para el Colegio Loyola.
Tuvimos una
entusiasmada Asamblea Eucarística, en la que el P. Maza, perteneciente al CEL
durante muchos años, dio algunas ideas positivas: sin el favor de Dios no hay
nada; para ayudar a otro, hay que compartir con él; en la vida hay que guardar
algo que no entendemos ahora; las cosas se saben experimentándose.
Subimos a 4
guaguas, debidamente organizados, y a las 10:30 a.m. partimos. A los pocos
minutos se pinchó una goma. Esperamos un buen rato y, por fin, proseguimos el
viaje. A las 12:45 p.m. paramos en Plaza Jacaranda, donde abusan del viajero
como si fuera su última parada. Comimos y bebimos como si hubiésemos estado en ayunas y, con el
entusiasmo a flor de ropa, reanudamos el viaje a la 1:15 p.m.
De Santiago
a Jánico y, entrando por el cruce de Pedregal, 14 km. antes de San José de las
Matas, nos vamos encumbrando hacia nuestro primer destino.
Por las
Canas, doblamos a la derecha, y tesoneramente continuamos hacia arriba. Pasamos
por el cruce Montones Bajo, luego por Agualasi, seguidamente por Mesquino,
luego por Guazuma y después, por Las Piedras Carrizal. Rebasamos a los del
Colegio La Salle, que iban en una camioneta.
La
vegetación es exuberante. Las nubes están perdiendo su dominio. Estamos cerca
de Mata Grande La gente de este paraje es de descendencia vasca. Los
antepasados salieron de Haití, cuando la matanza de 1804. Eran Vasco-franceses.
Estamos en
Mata Grande. Ala izquierda, muy abajo serpentea el río Bao; a la derecha, la
mina de oro de aluvión; Bao, en taíno, significa río de oro.
No hemos
llegado todavía al campamento, pero aparentemente las guaguas están renuentes a
continuar, por la peligrosidad del camino. Mochila a las espaldas, caminamos
con tiempo fresco. El cielo comienza a llorar. Por fin, llegamos a nuestro
refugio, acompañados de una airada lluvia. Es de noche. Noche tenebrosa en que
hoy, más que nunca, nos hallamos envueltos por un manto obscuro.
Había una
letrina confortable. Con todo, era mi primera vez que visitaba una letrina y la
experiencia es recomendable. Para ser novato, no lo hice del todo mal.
Cenamos con
unos panecillos rellenos, muy sabrosos, y bebimos el consabido TAN del CEL. Y a
dormir el que pudo, pues, aparte del frío, el piso era de piedra.
Los hombres
durmieron en dos cubiertos cercanos, mientras las niñas y los papás
permanecimos en el refugio principal.
Digo permanecimos, porque de dormir nananina. Teníamos pegado a nosotros un
colmadito-barra, con unos cuantos gamberros dispuestos a demostrarnos que
estaban ahí. Hacía tiempo que no habían encontrado visitantes tan interesantes
y querían hacer gala de su mal gusto. Después de varias tentativas, logré
convencerles de que eran grandes, pero lo eran mucho más si nos dejaban dormir.
Las piedras del lecho dejaron huellas profundas en mi cuerpo. A las 5:00 a.m.
todo el mundo arriba.
Día 2.- Un huevo
duro de desayuno, con dos pedazos de plátano mucho más duros y leche con
chocolate. Hasta bien entrado el día, no logré despejar de mi estómago ese
concreto.
Arreglamos
los bultos. El P. Chuco dio las exhortaciones de lugar y camino a la Guácara. Eran las
6:30 a.m.
A las 9:00 a.m. estábamos en Loma del Oro, a 1500 m. de altura, 6 km. De Mata Grande (8 km. de la caseta forestal donde pernoctamos) y a 14 km. de la Guácara, término del día de hoy. No pude tomar fotografías, por problema de batería, pero al final Giselle me cedió una y resolví el problema para el resto del viaje. Este paraje se denomina Rancho en Medio. De su inusitado movimiento, años atrás, sólo nos ha quedado el estrago de sus pinares y una espaciosa casa de pino, construida por foresta.
Verdaderas
beldades son esas lomas, que fascinan al más exigente. Pero esos altibajos
revientan al más pintado. Cruzamos varias fuentes o arroyuelos. Por fin
llegamos al gran Bao. Nos bañamos. Esas aguas cortan hasta el pensamiento.
Cuando salí de ellas, me hallaba renovado.
Pero la
felicidad no duró mucho tiempo. El camino era tan hostil, que sólo el optimismo
podía combatirlo. Tras varios descansos, para una mejor oxidación de la sangre
y tonificación de músculos, llegamos a los “Vaqueros”. En este lugar se recogen
, una vez al año, los terneros que las andariegas vacas han procreado entre las
montañas, para tratar de venderlos.
Existe una
caseta de tablas de pino, construida por el departamento de foresta. Le llaman
la casa del muerto, porque, según dicen, un hombre que se guareció en ella
amaneció muerto, a causa del intenso frío. Comimos
algunas chinas agrias y los mejores
limones dulces que jamás han pasado por mi boca. Todo esto, tomado de las
matas.
Oficialmente
comimos salchichas con pan y el consabido TAN. Es la 1:30 p.m. Según los
expertos, falta 4 km. para llegar al destino. Pero estas distancias de montaña
son diferentes a las del valle. Están elevadas a la enésima potencia y pasa uno
por la desesperación del espejismo.
Partimos
para la Guácara, en su recta final, caso de que aquí se pueda hablar de rectas.
Un matrimonio obligado no es ni tan largo ni tan pesado. Con razón, le llaman
la loma del coño o del arrepentimiento. Al final de la interminable subida,
viene un más o menos llano: el Filo de la Navaja. Hablando sobre él me adhiero
a las palabras de Wifredo García, cuando dice que “el camino se vuelve tan
estrecho que un mulo entrenado deberá caminar con gran cautela, colocando una
pata delante de la otra, mientras el precipicio de cientos de metros se abre a
un lado, entre la Loma de la Mina y la Sierra de los Limones. Abajo puede observarse
el río Bao, que se retuerce y relumbra como una cinta de plata bruñida. La
altura es tal que produce vértigo; un paso en falso y la caída sería mortal.
Sin embargo es preferible pasarlo montado (el que lleve mula), pues los
animales tienen mejor instinto que el hombre para caminar por estos sitios. El
espectáculo, sin lugar a dudas, no deja de producir una especie de euforia. Es
como una sensación de conquistar el espacio, de remontarse en el aire, de
comunicarse más íntimamente con la majestuosa naturaleza”.
Comenzamos a
enfilarnos hacia el vallecito del Guácara. La tendedera de bejucos, acariciados
por un sol mortecino, nos acompaña permanentemente, hasta llegar a una especie
de estrecho vallecito, indicado para pernoctar y contemplar cómo se unen
tumultuosamente las aguas del Guácara con las del Bao.
Día 3.- Nos
levantamos a las 6:00 a.m. Temperatura 7ºC. Anoche me tomé un beserol, pues no
sabía de mí. Hoy me levanté aparentemente nuevo. Con todo, llevo dentro de mí
lo que no deseo llevar, ni estando en casa lo hubiera permitido.
Son las 8:00 a.m. Vamos a partir. Quien ve este campamento se cree estar involucrado en una película
del Oeste. Conocí a Karin, venezolana que estudia en la Madre y Maestra de
Santo Domingo. Ella me puede conseguir unos libros que necesito de Venezuela.
Bien por las relaciones humanas.
Un caballo,
relinchando por las “caballas”, nos estropeó la noche. Ya le dije a Juan Canela
que eduque a sus caballos, y lo que tengan que hacer que lo hagan en silencio.
Nos vamos para el Valle del Bao. ¿A qué hora llegaremos?
A las 10:15
a.m. estamos en el paso del Bao. Nos refrescamos. A las 12:15 p.m. alcanzamos
el paso del Baito. Ya no quedan fuerzas para continuar sin comer. Entre ambos
ríos, frescos y limpios, se halla una escarpada loma. Se quieren tanto que
caminan presurosos, para encontrar su identidad en una futura y fríamente
calculada fusión.
La loma del
arrepentimiento es un bosquejo. Se enloda uno hasta el ombligo. Según vamos
ascendiendo el camino está más seco. Los pinos, con la longevidad de sus canosas
barbas, me hacen sentir en un bosque encantado.
A las 3:30
p.m. llegamos al Valle de Bao. Beatriz estaba cansada, pero es una heroína.
Estoy satisfecho de mi hija. Javier, tan fresco como una lechuga. Yo, tan
caliente como una lechuga mareada. Debo destacar con énfasis, la ayuda de
Sergio durante todo el camino, por su experiencia y dedicación a la consecución
de un feliz viaje.
Costó subir
el valle, pero valió la pena el sacrificio.
Oh valle del
Bao, sabana tapizada de dorados pajones, flanqueada de cumbres poderosas, como
la endiosada Pelona o la arrogante Loma del Valle, aterciopeladas con sus
verdes mantos, que te dan abrigo y protección segura. Te envidian las Pampas
Argentinas, y el líquido cristalino de tus singulares venas brota de tu seno,
con escalofriante impulso, para formar, al alcanzar su mayoría de edad, el
sistema fluvial más importante del país.
Es
estimulante, tras el cansancio del camino, sumergirse en estas aguas vírgenes e
inmaculadas. Uno sale purificado y desafiante, con una euforia imposible de
conseguir por otros medios
Nos
encontramos con la excursión de Dn. Bosco y de La Salle. Con todos ellos
mantuvimos relaciones muy cordiales que esperamos se prolonguen hasta un futuro
lejano. Los de La Salle portaban equipos de transmisión y antena; gracias a
ellos pude comunicarme con mi esposa, para corresponder a sus mensajes diarios
por beeper y comunicarle que los tres nos encontrábamos bien, a Dios gracias.
Día 4.- Salimos un
poco tarde, a las 9:40 a.m. Tal vez contribuyó al retraso el encuentro con dos
parejas y una guitarra que caminaban independientemente, pero durmieron esta
noche en nuestro campamento. Comenzamos a tocar la guitarra y a cantar y, al
rato, el Valle había quedado constituido en un tablao.
Después que todo el mundo se solazó y entró en calor, tuvimos unos minutos de reflexión, dirigidos por el P. Chuco y partimos para el Valle de Lilís
Hoy no había
altibajos. Todo era, subir y subir. Helechos de todo tipo flanqueaban el
camino, acompañándonos con inusitado denuedo. Por fin, apareció ante nuestros
ojos, con su figura más coqueta y apasionante, la arrogante Pelona.
Impresionados nos humillamos bajando hasta los pies de sus faldas, denominado
“las hamacas”, a donde llegamos a las 12:15 p.m. Comí y, sin descansar, partí
con intenciones de dominar cuanto antes a tan arrogante señora.
Mi hijo,
algunos amigos y un señor norteamericano estuvieron junto a mí, durante todo el
ascenso. A base de chistes y gracejos, el duro camino resultó más accesible.
Según tomábamos por asalto su desairada cabellera, comenzó a llorar y, de ahí
en adelante, el Valle de Lilís fue un
Valle de lágrimas. Agua, frío e impotencia cundieron por todo el valle. No
había fuerza ni para montar las tiendas.
Algunas
fogatas ponían más de manifiesto nuestra tenebrosa noche. La niebla nos tiene
sumidos. Hay un centro de Meteorología. ¿Lo atenderá alguien? Estamos a 2ºC. Se
estima que, por la noche descenderá bajo cero. Esto es increible . Un viento
constante agita las paredes de tela de la tienda de campaña.
De todo el
camino, este es el paraje más inhóspito que he conocido. Contrasta, por
tratarse de la antesala del pico, pero la vida -y la naturaleza es parte de la
Vida – está llena de contrastes. La densa niebla no permite vislumbrar el Pico.
En dos oportunidades rodó su velo, por segundos, para permitirme apreciarlo
como es y merece ser: La máxima elevación de la República Dominicana y de las
Antillas.
Día 5.- Todos al
Pico. Una subida casi vertical de varios cientos de metros nos pone en contacto
directo con el Pico. Gigantescas moles de piedra, como depositadas al
azar, es físicamente el Pico Duarte.
Dicen que, en días claros, es posible divisar desde el Valle de la Vega Real
hasta el Valle de San Juan de la Maguana. Corona el pico una cruz y el busto del Patricio. La niebla es tan
densa, blanquecina y brillante que a penas podemos ver unos metros delante de los
ojos. El precipicio hacia el oeste dicen que debe tener varios cientos de metros
de profundidad, en caída vertical. Tiro unas piedras y no se oye la caída. Mis
hijos están cerquita del abismo y no se percatan de ello. Debido a la niebla no
existen posibilidades de vértigo, como en el Filo de la Navaja .
Hablamos con
Loly, a través de un celular. Nos sacamos muchas fotos. Son las 12:15 p.m. y
vamos a comenzar la Santa Misa. Antes se izó una bandera nueva que sustituyó a
la vieja. La Misa fue oficiada por el P.
Chuco, y de concelebrantes el P. Maza y el P. Nelson. Duró tres horas y media.
Todos tuvieron oportunidad de exponer sus sentimientos. Fue un verdadero acto
comunitario. Alegrías, llantos y sollozos se entremezclaron para crear un clima
único-Pico Duarte.
Muy a pesar
de todos, comenzamos el descenso, para recoger las tiendas y bultos, en el
Valle de Lilís y seguir, paso ligero, hacia la Compartición.
Mala noche.
Cansado, mojado y las mulas sin llegar, se me enfriaron los músculos de forma
tal, que no podía ni moverme. No pegué ojos en toda noche.
Día 6.- A las 5:00
a.m. en punto nos levantamos, cada cual como pudo. Fui también como pude, donde una fogata de guías y allí me calenté el cuerpo por una hora hasta ponerme
en condición, aunque todavía con dolor, de poner en movimiento los engranajes.
La Compartición
es una explanada pequeña, donde se unen los macizos montañosos de la Rusilla y
el Duarte. Hay un refugio de madera y piso de cemento, pero estaba ocupado por
los excursionistas de Codetel.
Hay un
arroyuelo cristalino y frío, del cual nos saciamos y llenamos las cantimploras,
pues no íbamos a encontrar más agua por el camino. El amanecer,
en la Compartición, sacia las apetencias más exigentes del espíritu.
Partimos
hacia la Rusilla, bordeándola todo el tiempo. Son varias horas de subida
inclemente, pero con la esperanza de, una vez alcanzada la cima, deslizarnos a
placer hasta el final de nuestro viaje.
A 4 km. de
la Compartición, llegamos a una pequeña explanada, llamada Agüita Fría. Por los
desperdicios de latas, etc. parece que algunos excursionistas pernoctan aquí.
Su nombre parece responder a los
diminutos agujeros en la tierra, por los que brota un agua fría y cristalina.
Estas serían las primeras fuentes del Río Yaque del Sur.
Continuando
hacia arriba, llegamos al Piquito del Yaque, promontorio hermoso perteneciente
al Macizo de la Rusilla y unido a él por una “hamaca” Finalmente llegamos al
Pico del Yaque. De aquí en adelante, salvo diminutas excepciones, todo será
bajada. ¿Hasta dónde llega el Pico del Yaque y hasta dónde la Cotorra? Espero
que alguien me lo aclare alguna vez. Hasta el momento no he podido dilucidarlo.
Caminando
hacia el Cruce del Valle del
Tetero, me paré un momentito en La
Laguna, para tomar un refrigerio. A los 10 minutos partí ansioso por llegar al
final del viaje. Llegué al Cruce del Valle del Tetero, a 4 km. de Agüita Fría.
Aquí se bifurca el camino: hacia el Valle del Tetero, para descender por
Constanza, o hacia Los Tablones, para descender por Jarabacoa.
Llegamos a
un punto donde decía un letrero que estábamos en la Cotorra y faltaba 5.5 km. para llegar a Los Tablones. Cruzó una bandada como de 200 cotorras a gran
altura, diciendo cuantas cosas inimaginables pasaban por su pico. Por estos
contornos encontré a mi hijo Javier, de quien no me separé ya en el resto del
viaje.
Cada vez el
suelo está más enlodado y la bajada se convirtió en ejercicio de acrobacia. Sin
apercibirme de ello, me encontré en el suelo descansando, sobre unos acoginados
helechos, con una pierna hacia adelante y la otra hacia atrás, con una inconfundible
postura de ballet. Descansé dos minutos, me reí muchísimo y reanudé la bajada.
Llegamos a
Los Tablones. Hay un refugio bastante grande. Hay letrina. Gasté un rollo de
papel en acondicionarla. Cuando salí me había quitado un peso de encima. Cualquier
tipo de presión desfavorece, pero hay presiones que matan.
Desde los
Tablones a Boca de los Ríos hay 3.5 km. El camino es más ancho, pero no menos
enlodado. Los ríos ya no nos abandonaron con su continuado susurro.
Si no estoy
mal informado, en Boca de los Ríos confluyen el Río de los Tablones, El Jimenoa
y el Yaque del Norte.
Estábamos,
por fin, en la Ciénaga, término de nuestras andanzas, donde nos esperaba el
pueblo entero. Comimos y bebimos cuanto encontramos en el colmadito y, tras
habernos reunido todos, comenzamos el regreso a la capital, por Manabao-Pinar
Quemado-Jarabacoa.
¡Qué conucos
tan bien atendidos! ¡Qué siembras tan variadas y fructíferas! Innumerables
manantiales saltan por las verticales cañadas, cruzando, en muchos casos,
nuestro propio camino.
Cuando me está ensimismando la vistosidad del paisaje, se daña una de las guaguas/autobuses. Tenemos que esperar un par de horas y ya la noche nos cubrió con su manto negro.
En adelante
caminaríamos dormidos, sin otro aliciente que el de llegar cuanto antes.
Hicimos una
parada de rigor en Plaza Jacaranda, donde nos asaltaron como indefensos
turistas, y alrededor de las 2:00 a.m. estábamos en los linderos del Colegio
Loyola, abarrotado de carros, como en las reuniones más concurridas. Abrazos,
besos, intercambio de impresiones y partida cada cual para su casa.
Al otro día,
descanso, mucho descanso. Mis tobillos eran dos tubos de chimenea. El 9,
jueves, nos reunimos todos los excursionistas en el Vesubito, para intercambiar
impresiones, recordar el viaje, y celebrar el feliz desenlace del
acontecimiento Subida al Pico Duarte.
Inmersos ya en nuestros cotidianos deberes, hay una idea fija, que anida en nuestro subconsciente: subir el año que viene al Pico Duarte.