PARTIDA DE OVIEDO
Henchidos de sentimiento dejamos Oviedo. Llamamos
al taxi. Felipe Adolfo y Valerie nos acompañan. El taxista nos da más vueltas
que un trompo, alargando nuestra despedida a la medieval ciudad. Con la
precipitación de que no nos dejara el tren no pude ni despedirme de nuestros
sobrinos.
Un tren bastante viejo e incómodo. Rememoraba,
mutatis mutandis, al tren que tomaba yo, en el 1951 para ir desde Pamplona a
Villarreal de los Infantes.
Desde la 1:30 de la madrugada hasta las tres,
tuvimos que esperar a los trenes provenientes de Irún y creo que de ´Santander
o Burgos. Una vez hecho el enlace, partimos para Madrid. Llegamos con hora y
pico de tiempo para tomar el próximo tren.
Llegamos a Madrid por la Estación de Chamartín.
Una estación tan grande y laberíntica no es tan sencilla para quien no ha
estado nunca. Preguntando aquí y allá, logramos embarcarnos para la estación de
Atocha. Y una vez en Atocha, cuando logramos introducirnos en los salones de
embarcar, sin tiempo para desayunar,
tenemos que bajar al tren. Un viaje demasiado movido.
Según nos vamos adentrando en tierras valencianas,
nos sentimos rodeados de infinitos naranjales, como infinitos son los
pensamientos que acuden a mi mente. Javier, mediante el celular, nos acompaña
todo el viaje. Llegamos a Gandía. Javier nos espera. Hace un tiempo primaveral.
En la Comunidad Valenciana, la comarca La Safor
está compuesta de 30 pueblos, siendo el corazón de ellos, Gandía.
Gandía es una ciudad bella. En el casco histórico
no puede dejarse de visitar el Palacio Ducal, donde se rodó la película “Los
Borgia”; el antiguo hospital medieval, hoy sede del museo arqueológico MAGA y
la iglesia de Santa María, elevada a Colegiata por Alejandro VI.
La Plaza del
Ayuntamiento, como en la mayoría de ciudades españolas, es un punto de visita.
Como calle, hay que dar un paseo por el Passeig de
les Germanies y degustar el Buffet de los Chinos. Cuando nos acercamos al río
Serpis, hay una escultura que, según Javi, es idéntica a mí.
Por otro lado el Grao yla Playa de Gandía son un
mundo diferente, otra Gandía que en el verano vibra con vida propia. Una
caminata nocturna por el Passeig Maritim Neptú no tiene precio. Cerquita, a un
par de kilómetros, en la Platja de Guardamar de La Safor, en la Avenida Rosa
dels Vents, nº3, se está levantando un bloque de viviendas de playa, cuyo
encargado de la obra es nuestro hijo Javier. Pegadito, en la Platja de
Bellreguard tiene Javier su vivienda.
BENIDORM: UN SUEÑO
La línea ALSA, en dos horas y media nos traslada a
Benidorm. Pasamos por diferentes ciudades como Oliva, Denia, Jávea, Pedreguer,
Gata de Gorgos, Benissa, Calpe y Altea, ciudades todas muy bonitas e
importantes.
Benidorm es la playa de los rascacielos. Pese a
ser una ciudad eminentemente turística, las cosas y servicios no están más
caros que en otras partes de España. Los 2 kilómetros de Playa era un
hormiguero de gente. Temperatura en Febrero: 20º C. Desde el Mirador del
Castell hay vistas impresionantes, tanto de la Playa de Poniente, como de la Playa de Levante.
Así mismo avistamos la isla de Benidorm. Comimos a gusto en
la misma playa. Echamos un rato la siesta. Caminamos hasta agotarnos y a las
11:00p.m. ya estábamos en Gandía, cansados pero felices. Tomamos encantos de
fotografías. Soñadoras puestas de sol. Recuerdos imperecederos de un sueño en
etapas.
Rumbo a Pamplona: Viaje Odisea
Partimos hacia la estación de Gandía. Al torcerse
Javi para recoger la maleta, se lastima el torso. Compramos el billete para
Valencia con la hora justa. Al bajar a la estación el dispositivo automático de
entrada se daña y nos tienen que llevar por escaleras normales, cargando con la
maleta en mano y llegando al tren ya saliendo.
Es un tren de cercanías que para
en todas las estaciones. Llegamos a Valencia con el tiempo justo para tomar el
tren que nos trasladará a Tarragona. Digo justo por el horario, aunque salimos
tarde por retraso. En lugar de recuperar el tiempo perdido, el tren se va
atrasando y uno sufriendo, dudando si llegará a tiempo a Tarragona, para
conectar con el Talgo que nos tiene que trasladar a Pamplona.
Había un grupo que iba también a Pamplona, y ante
la incertidumbre de llegar a tiempo, despoticaban contra la Renfe como forma de
desahogarse. Paró el tren, en la vía izquierda del andén y en la derecha estaba
el Talgo, ya listo para partir. Corrimos y logramos montar, justo ya saliendo.
Ya en el asiento, un joven muy agradable me ayudó a poner la maleta en el maletero. Ya sosegados, llegamos a
Pamplona.
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